5 de Septiembre de 1994. Son las 11 de la mañana y estamos empezando el mes de Septiembre. Como casi todos los días que quedamos para salir en bici la hora de salida son las 11, aunque luego el horario se retrasa un poco. Estamos preparados. Vaya par de globeros. Roberto y yo nos encaminamos al puerto de la Cubilla, el alto, duro y larguísimo puerto de la Cubilla. Tenemos previsto comer en su cima, casi en las nubes (a 1683 m.). Vamos a un buen ritmo y culminamos la ascensión con más fuerzas de las previstas. Es que llevábamos mucha bicicleta sobre nuestras piernas. Fue un verano pleno de kilómetros (el Naranco, Cuevas y muchas otras subidas de por medio) y, claro, hay que aprovecharlo. Este puerto de la Cubilla no tiene bajada por su vertiente leonesa. Bueno, sí la tiene, pero se trata de una pista en lamentables condiciones. Afortunadamente, ese día voy con la bicicleta de montaña. Y afrontamos el descenso (¡puf!, ¡qué bajada!) hasta llegar a Pinos, y de ahí, a San Emiliano. Hay que seguir adelante y aprovechar el día, el magnífico día que tenemos por delante. Ya por carretera, de nuevo, dejamos a un lado el embalse de Barrios de Luna (otras veces habíamos pasado por ahí, pero, claro, dentro de la comodidad que proporcionan los asientos de un coche) y nos preparamos para iniciar la ascensión a Aralla. Desconocemos la ruta. Tal vez tengamos que subir este puerto, bajar a Pola de Gordón y desde ahí tomar dirección al Puerto de Pajares. El calor es intenso y empiezan a flaquear las fuerzas. Tras muchas pedaladas y chorreando gotas de sudor sin descanso, llegamos al pueblo de Aralla, en concreto, a una casa con una pequeña entrada para vehículos donde encontramos a una lugareña. Llega, al fin, la salvación. Hay atajo unos dos kilómetros más arriba. Se trata de una carretera peculiar que culmina en su cima con un pequeño túnel (ese túnel se convertirá en una imagen fija dentro de nuestra memoria que nos evocará aquel día para siempre). Con un sol abrasador, con un asfalto derretido y con las fuerzas al límite afrontamos el descenso (por llamarlo de alguna manera). En uno de los pueblos de paso paramos a comer.
Yo ya no tenía nada y aprovechamos una pequeña caja de “quesitos” que aún mantiene mi compañero de fatigas. Por fin, llegamos a Villamanín. Ya lo vemos bien. Pajares, por esta parte leonesa no tiene subida. Lo decía todo el mundo. Los mayores y los menos mayores. Pero, es que una cosa es pasar en coche o en autobús y otra muy distinta es pedalear. Pues, vaya, sí tenía subida. Y con la paliza que teníamos en el cuerpo, más parece el Pajares asturiano. Roberto se va, yo ya no puedo más, pero tras doce o trece kilómetros de penurias en esta p... subida alcanzamos el cartel de “Principado de Asturias” (¡¡¡Ostia!!! ¡¡¡Por fin!!!). Y nos lanzamos para abajo. Bueno, se lanza Roberto y yo hago lo que puedo. Pero en mitad del descenso lo alcanzo, casi parado, tras un camión. Lo siento, pero no espero, y lo adelanto en plena curva (sí, en serio). Tenía tantas ganas de llegar a casa que me convierto en un kamikaze. Aunque fuera por una sola vez. A 60 km/h adelantamos a este camión. ¡Hay que ver lo que hace la fatiga! Con 15 años, hemos realizado una ruta impresionante que nos quedará grabada en la memoria, como las del Naranco, la del Angliru, la de la Cobertoria, la del alto de la Cuba. Pero, como todo, a su tiempo.